Quiero que mi cuento sea como la caricia faltante del sueño en las noches. Sutil como el primer beso de una virgen anónima. Quiero que sea como el caminar intermitente de la lluvia por mi ventana…
Una nostalgia ha invadido el cuarto, se sienta en la esquina de la cama mientras me mira incrédula, esperando a que deje salir la primera gota de desesperación, aguardando a cualquier momento donde mi congelado cuerpo mueva su vista del distante techo. No me refiero al techo de la casa, ni al del edificio. Sino al único techo estrellado donde ambos dormimos juntos, distantes.
La noche ha envuelto sus venenosos ojos sobre mi cuarto, sobre mi ombligo, sobre mi espalda. La luz de media luna recorre lentamente mi espalda, subiendo hasta llegar a rozar mi cuello donde la marca de tus labios falta.
La vida no es la misma desde que la has hecho valer, desde que se ha vuelto un incesante recorrer de pensamientos por mi mente, por mis boca y por mis brazos. Despierto en la noche engañado por mi nariz. Absorto en un perfume imaginario que se asemeja lo más que puede a la esencia divina que tu cuerpo despide. Las sábanas no me pueden cubrir, las cobijas tampoco. No la ropa ni las playeras negras que siempre uso. No el cuarto ni la casa, ni siquiera la vida puede cubrirme del frio que siento donde falta tu desnudez.
No despierto por qué no tiene sentido hacerlo si no estás tú ahí, para dirigirme alguna palabra, para emitir cualquier sonido, para dormir ante mi vista, cubierta por los pétalos de irreales orquídeas que vuelven tu cuerpo una forma de veneno mortal, que solo se puede contrarrestar respirando a tragos tu aroma. Quiero volver a despertar, quiero evadir la distancia que nos cela.
No abro los ojos por miedo a encontrar tu ausencia mirándome con desprecio.
Desde hace mucho que te has convertido en ese pensamiento de mediodía que me invade, esa desconocida que en el metro pasa junto a mí, imitando momentáneamente tu rostro. Eres lo que es imposible ser; eres las personas y eres el mundo. Eres el primer cigarro que fumo durante el día, así como la almohada que esconde mi cabeza de la realidad.
Extraño dormir en tu pecho, extraño tu pestañeo en mi hombro. Te extraño con las hojas de mi libro y con las lágrimas que no lloro.
Nada puede arrullar más que el latido de un corazón al oído. Nada puede hacer descansar al alma más que el perfume único de tu silueta. Nada puede llenarme más que tus labios.
Si no eres mi obsesión, ¿dime entonces qué eres, amor mío?
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